Ella suspiró al amanecer,
trabándolo de modo tal
que lo venció.
Y él, de qué manera la atrapó,
derrotándola.
Ambos dominaban una toma
mortal.
Y renunciaron, uno ante el otro,
a pronunciar sus nombres.
Pero a la luz del alba
él vió su cuerpo,
blanco
en los sitios que ayer
ocultó su bikini.
Después la llamaron, intespestivamente,
desde arriba. Dos veces.
Como suelen llamar a una niña
que juega en el patio.
Él supo su nombre
y le permitió partir.
Traducción: Gerardo Lewin
Qué maravilla! tan simple apariencia!
ResponderEliminarQue bello, nos sugiere que a veces el renunciar significa una entrega.
ResponderEliminarGracias, Gabriela. Es simple y maravilloso, como toda buena poesía.
ResponderEliminarAura... No pronunciaré su nombre.
qué buen poema!
ResponderEliminarbello poema!
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