Nuevamente, un pequeño niño ciego está atrapado en un cuarto
junto a un joven alto y violento.
Pero tú ya no eres una niña, el joven violento que hubo en
tí murió
y jamás fuiste ciega.
No hay relación entre una cosa y la otra
o entre ambas y los enloquecidos
que perturban tu descanso:
el vecino pervertido, el poeta de personalidad
desquiciada
y todo el resto.
No te preocupes más: en realidad no están locos;
es sólo una
manera de expresarlo.
Y en todo caso, nadie podrá obligarte en lo inmediato
a
convivir con ellos en un mismo pabellón.
Vete a dormir, trágate alguna píldora y deja ya todo eso,
por todos los malditos demonios del infierno.
Traducción: Gerardo Lewin
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